Kahina y la Diosa de la Tierra.
-Por fin os encontré, ¡¡Brujas!!- el hombre de negro se bajo la tela que le cubría el rostro, y de sus entrañas salió una gran llamarada de fuego. Rápidamente, una figura esbelta y bella se interpuso entre el fuego y la muchacha. Era Inaya que con un movimiento de mano repelió el fuego de su enemigo.
La mano de Inaya refulgía con un intenso brillo, como cuando el sol de la mañana sale y se refleja en el hielo de la noche pasada.
-Inaya… ¿cómo has hecho eso?- dice Kahina titubeando.
-No lo sé, simplemente actué por intu… in…-sus ojos cambiaron drásticamente en cuestión de segundos, la piel se volvió grisácea y en un instante se abalanzó contra el enemigo con un alarido de furia.
El hombre casi sin tiempo de reaccionar rodó por el suelo, y del bolsillo sacó una especie de cuchillos que los lanzo contra Inaya, pero esta los repelió con la misma facilidad que el fuego de antes, de la mano se desprendió escarcha e Inaya se miró con curiosidad. Con voz gutural y casi de ultratumba se dirigió al hombre.
-¿Quién eres?, hombre.- dijo con desprecio. La figura desfigurada de lo que sería un rostro se movió y dijo:
-Yo no soy nadie, solo un peón en este gran juego, pero mi adorado líder se llama Hamdan, El Alabado, recordadlo, y ahora, ¡¡os matare!!
-Haz que el fuego del corazón en su cuerpo arda sin compasión.
Una llama salió espontáneamente del hombro de Inaya, con tal fuerza que la lanzo hacia los arbustos. El hombre se dirigió hacia Kahina, que tenia un ojo de un tono marrón claro y el otro de un verde hiedra, que hacia que su rostro fuera magnífico. Detrás, entre los arbustos una columna de humo se veía a través de la oscuridad mientras los gritos de dolor de Inaya se metían en los odios de Kahina quien ya no lo podía soportar.
-Diosa de la Tierra, dame tú poder.
Al decir estas palabras salió corriendo en busca de su amiga, el hombre volvió a lanzar su aliento flamígero contra Kahina, pero detrás de ella se alzó una alta pared de barro y hierba mientras seguía corriendo sin parar.
El hombre incansable seguía lanzando sus ataques mientras que Kahina los repudiaba continuamente. Un sudor frió caí de la frente de la muchacha, rápidamente salto, se giró hacia atrás, alzo los brazos haciendo retumbar el suelo, al bajarlos, un gran número de rocas cayó sobre el hombre.
Kahina aliviada corrió hacia Inaya.