lunes, 8 de noviembre de 2010

Capítulo I

Una princesa excelente.
        
Todos mis súbditos detrás de mí,  con una demostración de mi poder, abrí fuertemente la puerta de la sala donde estaban reunidos todos los altos cargos de Egipto, incluido el padre de mis 2 hijos, y el faraón, su abuelo.
Todos se levantaron cuando entre, una fina vestidura blanca casi transparente dejaba ver mi cuerpo escultural, mis pechos grandes y tersos, y dos grandes piernas, propia de una diosa, y mi pelo decorado con motivos florales tallados en plata y oro, con pequeños rubís, se hondeaba con la suave brisa, que corría en aquella época del año, mis ojos azules resaltados con una gran raya negra de khol, típica egipcia, hipnotizaban a quien se atrevía a mantenerme la mirada,  por este motivo, me llamaban la Sangrienta,  aunque yo nunca había derramado una sola gota de sangre, miles de hombres, y mujeres lo habían hecho, sus causas eran variadas, pero casi todos era porque mis ojos y mi cuerpo  impedían que yo obtuviera como respuesta un no.
         El príncipe se levanto para dejarme su asiento, jamás se podría a ver hecho esto, pero yo mandaba sobre todos, incluido sobre los dioses.
-Inaya, ¿Qué opinas sobre la agresión de los libios?- me preguntó el emperador.
-En mi opinión ¡¡deberíamos masacrarlos a todos!!! ¡¡¡ No se merecen perdón!!- todos en la sala rieron, yo les mire fijamente a cada uno de ellos. Callaron, mis miradas helaban la sangre, eso era lo que decían.

El sol fue cayendo lentamente sobre las tierras  de Egipto,  a la vez que la reunión llegaba a su fin.
Me levanto, salgo de la sala y me dirijo hacia mis aposentos.
Recorro los largos  pasillos de palacio, siempre con dos guardias a mi espalda y tres consejeros. Giro a la derecha para salir a un pasillo abierto que deja ver la puesta de sol reflejada en el Nilo, allí a lo lejos, el cielo cobra un color rojizo y las aves vuelan libres. Una lágrima se cae por mi mejilla lentamente, debajo de toda esa mascara decisión y  sangre, se encontraba aun escondida la niña que anhelaba su casa, su pequeño arrollo su pequeño bosque, su pequeño gran mundo, el gran mundo imaginario de una niña.
-Dejadme sola- les digo a la cuadrilla que estaba detrás mía. Ellos se marchan, me apoyo sobre el arco, que dejaba ver el horizonte…
Poco a poco me llegaban recuerdos de mi infancia, la infancia en las montañas.
A  mi derecha, dentro de palacio, se oyen unas voces, de niños, rápidamente me seco mis lágrimas. Poco después entran dos niños pequeños al pasillo donde me encontraba.

2 comentarios:

  1. woooow
    :)

    debo decir que me lo he imaginado TODO
    completamente

    espero publiques lo que sigue
    un besote

    ResponderEliminar
  2. que linda historia me hace recordar mi ninez, sigue asi me encanta leer tus relatos , sencillamente magico ,

    un beso

    ResponderEliminar